El conjunto de hotel y apartamentos Castillo de Santa Clara fue proyectado en 1971 y construido en 1974 sobre el promontorio natural que separa las playas de La Carihuela y El Bajondillo. En este punto se había alzado desde 1763 una fortificación destinada a vigilar las costas y protegerlas de la piratería, que fue adquirida a comienzos del siglo XX por un ciudadano británico junto a la contigua finca de Santa Clara. Esta última fue transformada a finales de los años veinte en la primera residencia de cierta categoría abierta al turismo de lo que luego sería la Costa del Sol. La así denominada finca del Castillo del Inglés fue finalmente adquirida a finales de los sesenta para su conversión en el hotel y apartamentos Castillo de Santa Clara. Es precisamente la situación de éste sobre una meseta con cota media de 25 m sobre el nivel del mar, al que asoma mediante un gran acantilado, el germen de su singularidad; efectivamente, la arquitectura del conjunto se apropia del paisaje costero de rocas y acantilados para proporcionar uno de los conjuntos más representativos de toda la costa. Para ello, el arquitecto malagueño José María Santos Rein dividió el programa en base al plano de rasante: bajo el mismo se construye un gran volumen continuo de cuatro alturas que sigue el contorno del promontorio, destinado a apartamentos y sobre el cuál se organiza la zona destinada a hotel. El edificio de apartamentos, arriostrado a la roca natural, exhibe una sola y permeable fachada orientada al mar, sobre el que cae prácticamente en vertical. Esta fachada desaparece bajo la retícula de terrazas que la recubre por completo y subraya su horizontalidad, carácter éste al que se confía la integración del edificio en el paisaje. Los quiebros del terreno son acompañados por el edificio en multitud de angulaciones que, sin embargo, no descomponen su sencilla y rigurosa traza funcional.
La ordenación sobre rasante acusó los efectos de la crisis económica de 1973 que paralizó numerosos proyectos en la Costa del Sol, viéndose muy reducida respecto al programa original. Éste preveía la construcción de dos grandes bloques para hotel dispuestos en perpendicular al mar y distribuidos en una amplia parcela verde dotada de varias piscinas, espacios deportivos y club social. Finalmente, solo se construyó uno de los edificios, un bloque compacto con todas sus habitaciones orientadas al mar, manteniéndose la dedicación de gran parte del plano de rasante a zonas verdes y espacios comunitarios, con una sola piscina y el habitual club social; las propias terrazas superiores del edificio de apartamentos se constituyen en prolongación de esta zona común, aprovechándose una parte como jardín y dedicándose el resto a solárium y mirador con inmejorables vistas sobre el mar. Para las comunicaciones verticales entre los apartamentos y la zona común se disponen dos patios que se abren a esta última y que también se articulan como espacios verdes. La parte no ocupada de la parcela fue posteriormente ocupada por un nuevo bloque de apartamentos sin ninguna relación con el conjunto original. Además, se construyó otro edificio como continuación por la zona Norte de los antiguos apartamentos situados bajo el plano de rasante, sobrepasando sin embargo la cota de suelo.
La gran aportación del conjunto Castillo de Santa Clara reside precisamente en su adaptación al medio, que le permitió constituirse en un complejo de grandes dimensiones sin necesidad de colmatar la parcela ni dirigir la edificabilidad en altura, aprovechando un acantilado natural para expandirse bajo el plano de rasante. Paradógicamente, su mayor virud también puede constituir el más grande de sus desaciertos si consideramos que la adaptación al medio es, en realidad, apropiación del mismo. Y es que el peaje a pagar fue un alto impacto en el paisaje natural, desvirtuando precisamente el propósito original de no significarse excesivamente en altura. Desde un punto de vista formal, el conjunto no aporta gran cosa a los modelos ya establecidos para este tipo de edificios. En cualquier caso, viene a probar que la antigua idea de concentrar la edificabilidad para liberar suelo y dedicarlo a zonas verdes, uno de los pilares del llamado estilo del relax, mantenía una cierta vigencia en una fecha tan tardía como los años setenta. Su historia como establecimiento hostelero finalizó en 1993, cuando fue adquirido por un promotor inmobiliario que lo transformó en un complejo de apartamentos de lujo, régimen bajo el que hoy subsiste.
IVV