La cada vez más densa trama de Cruz de Humilladero fuerza al distrito a la implementación de equipamientos públicos que a nivel de barrio satisfagan la creciente demanda por parte de la población de espacio para usos de tipo social, deportivo, sanitario y docente entre otros. La limitada oferta de suelo libre de la zona obliga en muchos casos a complejos mecanismos -creativos- que resuelvan dicha carestía. En el caso de este Centro Social, la oportunidad de crecimiento en el entorno es factible en su lado noreste, sin que esto suponga detrimento importante del espacio libre, puesto que se trata de una limpia operación de ampliación que remate la cabecera de manzana que ocupaba (y ocupa) la anterior sede, obra terminada en ladrillo visto de color marrón del arquitecto Juan Antonio Martín Malavé. La ampliación se entenderá, por tanto, no sólo como una operación funcional de ampliación de los usos demandados, sino como una labor de carácter urbano que, desde el inteligente solapamiento de la nueva pieza, formalice el frente de la zona libre del pequeño parque al que pondrá en escala.
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Escala de un nuevo edificio que se mimetiza con las proporciones del antiguo (dimensiones similares). Así, se construyen dos plantas (baja más una) unidas a éste por una pequeña pasarela envuelta en una caja de vidrio translúcido en los dos niveles. La conexión (el estrecho brazo a modo de cordón umbilical que relaciona uno a otro) no modificará formalmente la estructura del espacio ya existente en el lugar, pues se aprovecha de dos huecos verticales de dicho alzado para generar el nuevo vínculo. De este modo quedarán ambos volúmenes conectados en las dos alturas sin la necesidad de generar un núcleo de comunicaciones verticales en el nuevo, siendo el aprovechamiento de las plantas máximo para la ampliación de usos demandados. En planta baja se ubicarán el acceso principal exterior y el salón de usos múltiples (de este modo el salón de actos puede tener un funcionamiento independiente al antiguo edificio), y en planta alta lo harán los talleres, la zona de almacenaje y servicios. Por tanto habría que calificar positivamente la múltiple y coordinada funcionalidad que la pequeña escala de un edificio con este uso puede ofrecernos. La nueva planta, también rectangular y en posición paralela a su predecesora, se desplazará con respecto a la misma en un gesto con el que se generará un espacio previo de transición entre el exterior y el interior. Esto constituye uno de los aciertos proyectuales del nuevo edificio. Se hace poroso, y cualifica el espacio, mediante una sugerente penetración puesto que la delimitación espacial dentro-fuera no la determinará la línea de cerramiento vertical, sino la fluida sucesión de “ámbitos” desde el público al privado, desde el vestíbulo exterior al interior. A esa transición contribuye el gran vuelo de la planta alta sobre este punto.
El nuevo cuerpo adquiere en el lenguaje contemporáneo del sello arquitectónico del autor la rotundidad volumétrica, casi escultórica, del edificio. Un gesto que descompone el prisma permitiendo las entradas de luz y ventilación natural al edificio así como la de las personas a nivel de calle. O como lo es el patio que contendrá las instalaciones que, escondido en planta primera, además de permitir el acceso y mantenimiento directo, descargará a la cubierta de dichas funciones, por lo que ésta pasa a convertirse en la quinta fachada del edificio y no el espacio con carácter residual que las maquinarias suelen imprimirle. Como si de una gran piedra se tratara, los vacíos parecen tallados y adquieren una presencia tan importante como la de los llenos. Esto nos conduce al vacío de la escultura de grandes artistas -como Chillida, Oteiza…- sin el cuál, no podría entenderse la obra. Su figura, como telón de fondo del parque al que hacíamos mención anteriormente, así lo corrobora. Sin querer reñir con su “hermano mayor”, el diálogo permanente generado entre los dos prismas será patente también desde la materialidad de la ampliación, acabado en hormigón visto al igual que el plano de cerramiento exterior que con el mismo material preside la entrada al antiguo módulo. Éste, predominado por la apariencia del ladrillo visto de sus fachadas y por la múltiple (y heterogénea) horadación de las mismas, contrasta con la imagen del nuevo módulo, con una limpieza del prisma que en palabras del autor, “lo hace invisible” en el entorno desde la abstracción de su formalización. Los huecos, entendidos como líneas continuas, mínimas y puntuales en las fachadas, resaltarán la horizontalidad del volumen. Remitiéndonos de nuevo a las palabras del arquitecto redactor, “la estructura de muros de carga de hormigón armado se tensa en su lenguaje con las fisuras horizontales que suponen los huecos planteados. La historia nos ha enseñado que a los muros de carga le gustan los huecos verticales, ya que, los horizontales suponen una interrupción en el descenso de las cargas. El trabajar con hormigón armado nos permite proponer nuevas lecturas de tipos históricos.” En cuanto a la invisibilidad y, añadimos, neutralidad (y esto último no es despectivo sino una habilidad del arquitecto y una cualidad del resultado construido), destacar que son condiciones que consienten una inserción en el barrio pertinentemente natural, más, tratándose de una construcción anexa a otra -lo que normalmente complejiza la operación-.
Es importante destacar el proceso constructivo de la nueva ampliación. Como mencionábamos anteriormente, el edificio se construye en hormigón visto. Los muros de hormigón armado se combinarán con estructura metálica oculta en el resultado final. Es reseñable la magnífica ejecución traducida en la apariencia de todo el perímetro. Realizados “in situ”, el encofrado se resuelve mediante tabla de pino machihembrada clavada sobre tablero fenólico. Al coincidir las juntas de hormigonado verticales (imprescindibles en este sistema constructivo para evitar fisuras de retracción) y horizontales (en el contacto con los forjados) con las uniones de las tablas, se evita la aparición de berengenos; correlato formal: desaparición de líneas de sombras no invitadas en la obra y que de no ser estudiadas previamente en la fase de diseño del proyecto, suelen aparecer al concluir el proceso ejecutivo. La experiencia del arquitecto se intuye desde la relación de la fase de dibujo con la constructiva y puesta en obra del proyecto, y esto es perceptible en detalles como el de las condensadoras de climatización que desaparecen de la cubierta, que además de generar un plano limpio en la misma, libera de peso el extremo del vuelo construido encima de la entrada, con lo que la estructura, a pesar del aparente esfuerzo que transmite, se resuelve desde el punto de vista mecánico con sencillez. Quizás sean decisiones de esta índole, aparentemente cotidianas (y vistas una vez finalizada la obra), las que determinan el grado de sostenibilidad del edificio (evidentemente junto a muchas otras medidas), término muchas veces viciado, y tan sólo asociado a condiciones constructivas, de modo que ampliemos la percepción de dicho concepto.
En cuanto a los interiores, igualmente, destacar la calidad final de los acabados y la resolución espacial del conjunto, con medidas proyectuales de valor, como la utilización de la doble piel interior de los cerramientos verticales (que mediante paneles de pladur esconden instalaciones) o el embutido de instalaciones en las losas de hormigón que conforman los cerramientos horizontales (instalaciones eléctricas e incluso luminarias incrustadas en los forjados). De este modo, mediante el “escondite” de las instalaciones, el espacio interior se libera, por ejemplo, de falsos techos que permite una mayor altura interior y eso se traduce en la cualificación espacial de las estancias. Resultado global distinguido de una edificación pública de escala intermedia, escala que muchas veces determina el indicador -difícilmente medible- de calidad espacial de la ciudad.
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